Opinión
La Sanchíada


Por David Torres
Escritor
No sé si la crónica parlamentaria tiene mucho sentido a estas alturas del milenio, cuando todo el mundo puede ver lo aburridos que son los debates y el escaso nivel retórico de nuestros políticos. De vez en cuando, la gente aplaude un chascarrillo o una réplica ocurrente como si estuvieran oyendo a Churchill o a Demóstenes, sin comprender que hoy los diputados se limitan a leer de un papel unas frases que mejorarían bastante escritas con goma de borrar. En su tiempo, Galdós alababa la oratoria de Cánovas, Salmerón o Castelar, y en el mío, un viejo profesor de literatura nos contaba cómo el público acudía en masa a las Cortes a contemplar al jefe del partido conservador como si fuese a la ópera: “A Cánovas se le escuchaba, se le aplaudía y luego se votaba en contra”.
Yo he asistido en persona a muy pocos debates parlamentarios, no sé si uno o dos, pero el único recuerdo que guardo de ellos son las croquetas de Casa Manolo, el histórico bar madrileño donde, según dicen, se redactó la Constitución entre vinos, callos y lavativas monárquicas. Si los padres de la patria le hubiesen dejado meter mano al cocinero de Casa Manolo, seguro que la receta les habría salido mejor. Por lo demás, las intervenciones de sus señorías me resultaron tan plomizas como una película de Antonioni. Hubo momentos en que, bostezando en el gallinero, llegué a pensar si a lo mejor no estaba en una película de Antonioni. La verdad es que me dan mucha envidia los periodistas surcoreanos a la hora de reseñar las batallas épicas que se producen en su Asamblea Nacional, donde cada vez que se vota una ley hay empujones, puñetazos en la boca y patadas de karate. Así da gusto escribir crónicas parlamentarias, como si uno fuese Norman Mailer a pie de cuadrilátero, recogiendo en la libreta gotas de sangre, dientes rotos y astillas de los escaños.
Estos días se están dirimiendo en el parlamento unas cuantas cuestiones básicas, desde el decreto contra los aranceles de Trump hasta la polémica sobre el apagón, pero el verdadero plato fuerte vino con el aumento del gasto militar, un tema que Sánchez metió astutamente dentro del debate entre las renovables y la energía nuclear, del mismo modo que Odiseo introdujo al ejército griego en las tripas del caballo de Troya. No le salió del todo bien, porque a Sánchez le pillan en un renuncio según abre la boca: basta que diga que el gobierno español no tiene negocios de compra y venta de armas con Israel para que le presenten un montón de facturas por el monto de 5,3 millones de euros en municiones enviadas para fabricar huérfanos y 6,6 millones en municiones adquiridas con el logo de la estrella de David. A estas alturas de la Sanchíada ya nadie puede sorprenderse por las mentiras que suelta este hombre sin despeinarse: lo sorprendente sería que un día dijese la verdad.
Durante un momento, sin embargo, el debate bélico produjo la ilusión de que Sánchez y Feijóo iban a bajar a la arena a arreglar sus diferencias a hostias; fue cuando el líder de la oposición retó al presidente del gobierno a salir a la calle, dar un paseo juntos y comprobar lo que dice la gente. “Si no le gusta lo que ve, siempre puede hacer lo mismo que con el rey: correr e irse”, concluyó recordando el momento en que lo agredieron en Paiporta mientras los escoltas presidenciales tomaban una horchata. Es una invitación que suena prácticamente igual que los desafíos en mi colegio, cuando quedábamos para pegarnos a la salida de clase, o de las invectivas en la Asamblea Nacional de Corea del Sur, un segundo antes de que empiece la tangana.
Lamentablemente, ni el reto callejero fue aceptado ni la disputa pasó a mayores, con lo que mi posible crónica pugilística se diluyó en el aguachirle de siempre: que si Sánchez es un cobarde, que si Feijóo desconoce hasta su propio programa energético, que si nucleares sí, que si renovables no, que si esto y lo otro. Tampoco es que esperásemos un duelo a muerte al estilo de Aquiles y Héctor bajo las murallas de Troya, porque lo más cerca que han estado nuestros políticos de un enfrentamiento físico fue cuando Rafael Hernando intentó agredir a Rubalcaba en los pasillos del Congreso y, fuera del Congreso, cuando Hermann Tertsch perdió una pelea contra un taburete. Aunque también es cierto que Tertsch, por aquel entonces, no se dedicaba a la política, vamos, igual que ahora. En fin, quién fuese Norman Mailer en Seúl. Venga otra de croquetas.

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